Daniel Samper Pizano es un abogado, periodista, cuentista,
columnista y novelista colombiano, colaborador de varios medios escritos y
televisivos. Hermano del ex presidente Ernesto Samper Pizano y miembro de la
Academia Colombiana de la Lengua, es columnista habitual del diario El Tiempo
en la columna llamada "Cambalache"; ha colaborado en publicaciones
como El Malpensante, Semana y Gatopardo; sus escritos se caracterizan por tener
un amplio y agradable sentido del humor y crítica social.
Por estar aún en el mes en que se festejó el “Día del
Padre”, publicamos este texto, que más que ser una ‘historia para pensar’, es
una reflexión para pensar, alusiva a la condición de padre y en clave de humor.
Hasta hace cosa de un siglo, los hijos acataban el cuarto mandamiento
como si no fuera dictamen de Dios, sino reglamento de la Federación de Fútbol.
Imperaban normas estrictas de educación: nadie se sentaba a la mesa antes que
el padre; nadie hablaba sin permiso del padre; nadie se levantaba si el padre
no se había levantado; nadie repetía almuerzo, porque el padre solía dar buena
cuenta de las bandejas: por algo era el padre...
La madre ha constituido siempre el eje sentimental de la
casa, pero el padre era la autoridad suprema. Cuando el padre miraba fijamente
a la hija, esta abandonaba al novio, volvía a vestir falda larga y se metía de
monja. A una orden suya, los hijos varones cortaban leña, alzaban bultos o se
hacían matar en la guerra.
-Padre: ¿quiere usted que cargue las piedras en el carro y
le dé de beber al buey? ¡Qué verraquera era el padre!
Todo empezó a cambiar hace unas siete décadas, cuando el
padre dejó de ser el padre y se convirtió en el papá. El mero sustantivo era
una derrota. Padre es palabra sólida, rocosa; papá es apelativo para oso de
felpa o perro faldero. Demasiada confiancita. Además -segunda derrota-
"papá" es una invitación al infame tuteo. Con el uso de
"papá" el hijo se sintió autorizado para protestar, cosa que nunca
había ocurrido cuando el padre era el padre:
-¡Pero, papá, me parece el colmo que no me prestes el
auto...!
A diferencia del
padre, el papá era tolerante. Permitía al hijo que fumara en su presencia, en
vez de arrancarle de una bofetada el cigarrillo y media jeta, como hacía el
padre en circunstancias parecidas. Los hijos empezaron a llevar amigos a casa y
a organizar bailoteos y bebetas (tomaciones), mientras papá y mamá se
desvelaban y comentaban:
-Bueno, tranquiliza saber que están tomándose unos traguitos
en casa y no en quién-sabe-dónde.
El papá marcó un acercamiento generacional muy
importante, algo que el padre
desaconsejaba por completo. Los hijos empezaron a comer en la sala mirando el televisor, mientras papá y mamá lo hacían solos en
la mesa. Y a usar el teléfono sin
permiso, y a sustraer billetes de la
cartera de papá, y a usar sus mejores camisas. La hija, a salir con pretendientes sin chaperón y a exigirle al
papá que no hiciera mala cara al
insoportable novio y en vez de "señor González", como habría hecho el padre, que permitiera que lo llamara
"Tato".
Papá seguía siendo la autoridad de la casa, pero bastante
maltrecha.
Nada comparable a la figura de prócer del padre. Era, en
fin, un tipo querido, de lavar y planchar, a quien acudir en busca de consejo o
plata prestada.
Y, entonces, vino papi.
Papi es invento reciente, de los últimos 20 o 30 años.
Descendiente menguado y raquítico de padre y de papá, ya ni siquiera se le
consulta o se le solicita, sino que se le notifica.
-Papi, me llevo el auto, dame para la nafta...
A papi lo sacan de todo. Le ordenan que se vaya a cine con
mami cuando los niños tienen fiesta y
que entren en silencio por la puerta de
atrás.
Tiene prohibido preguntar a la nena quién es ese tipo
despeinado que desayuna descalzo y en calzoncillos en la cocina.
A papi le quitan todo: la tarjeta de crédito, la ropa, el
turno para ducharse, la afeitadora eléctrica, la computadora, las llaves...
Lo tutean, pero siempre en plan de regaño:
-Tú sí eres la embarrada, ¿no papi?
-¡Papi, no me vuelvas a llamar "chiquita" delante
de Juanca!...
Aquel respeto que inspiraba padre, con papá se transformó en
confiancita y se ha vuelto franco abuso con papi:
-Oye, papi, me estás acabando el whisky, marica...
No sé qué seguirá de papi hacia abajo. Supongo que la
esclavitud o el destierro. Yo estoy aterrado porque, después de haber sido
nieto de padre, hijo de papá y papi de hijos, mis nietas han empezado a
llamarme "bebé".
Autor: Daniel Samper Pizano
Fuente: Internet