Art. de Efemérides 92

24 de Septiembre de 1812 - 24 de Septiembre de 2008

La Batalla de Tucumán
El enfrentamiento armado que salvó la Guerra de la Independencia

A mediados de 1812, empezaron a llegar a Tucumán los soldados del Ejército del Norte, que mandaba el General Manuel Belgrano.

Venían alicaídos por las derrotas en el Alto Perú y con órdenes de retirarse hasta Córdoba. El ejército español les iba pisando los talones. Pero en San Miguel de Tucumán, toda la situación sufriría un viraje imprevisto: los hombres principales del vecindario pidieron formalmente que desobedeciera la disposición del Gobierno Central, instándolo a quedarse en la ciudad y dar batalla. Ellos se comprometían a aportar toda la ayuda posible, tanto en dinero como en reclutas, víveres, monturas y vestuario.
Belgrano, como lo describe el general Paz, siempre era partidario de ir sobre el enemigo y no concebía las retiradas. Por eso, la propuesta de los tucumanos lo entusiasmó y resolvió probar suerte. Febrilmente, la ciudad se convirtió en un gran taller de preparativos para engrosar y revitalizar el ejército.
Para la mañana del 24 de septiembre, todo estuvo listo. Era el día de Nuestra Señora de la Merced y el general puso bajo su protección la suerte de las armas, plegaria que el devoto vecindario compartió de corazón.
El jefe realista, Pío Tristán, pensaba que todo sería un paseo. Tanto, que mandó un aguatero a que le preparase una refrescante bañadera para el mediodía, en casa de uno de los españoles de la ciudad. Él tenía 3.000 hombres y los tucumanos no llegaban a 1.600.
¿Qué peligro podían significar esas tropas inexpertas y mal armadas? Se equivocó de medio a medio. El encuentro fue en el Campo de las Carreras. El ala izquierda y el centro fueron desbaratadas y capturada la artillería enemiga en una relampagueante y confusa acción, en la que hubo hasta una manga de langostas que oscurecía el cielo. “Es una de las batallas más difíciles de describir”, dijo el general Paz.
Perplejo y amenazante, sin atreverse a intentar un segundo ataque sobre los patriotas que lo aguardaban en la ciudad, Tristán optó, al día siguiente, por retirarse rumbo a Salta. Hasta allí iría Belgrano, cinco meses después, para asestarle el golpe definitivo.
La batalla de Tucumán fue, así, una de las acciones más decisivas de la Guerra de la Independencia. Bartolomé Mitre ha dicho claramente que si Belgrano hubiera acatado la orden de retirada que le daba el Gobierno, muy posiblemente estas provincias se hubieran perdido para la causa patriota, y para siempre, permitiéndose la peligrosa conexión de los centros realistas del Alto Perú y de Montevideo.
Por eso no exageró al opinar que, en Tucumán, Belgrano salvó la suerte de la revolución, ni más ni menos. Por otra parte, como lo ha hecho notar Manuel Lizondo Borda, “las batallas de Tucumán y Salta son las únicas de carácter campal, dadas contra los españoles en suelo argentino”.
Vista a 196(*) años de distancia, la acción de Campo de las Carreras se nos presenta como simbólica en el aspecto más noble de la Guerra de la Independencia. No se trató meramente de un episodio militar, donde todo responde a la verticalidad del sistema castrense. Tanto en la decisión de detenerse en Tucumán para enfrentar a los realistas, como en la preparación de la fuerza con que se contaría para el encuentro, Belgrano debió apoyarse en el auténtico sentir del pueblo tucumano. Después, los estudiosos dirían que la batalla en este punto era estratégicamente oportuna, y demás. Pero lo que la desencadenó fue la firme decisión de la gente, que se resistía a que su tierra fuera ocupada por el enemigo, y que no sólo reclamó una decisión del jefe, sino que cumplió su compromiso personal de apoyarlo.
Para Vicente Fidel López, fue “la más criollas de cuantas batallas se hayan dado en territorio argentino”. En efecto, nada le faltó para testimoniar la presencia viva de nuestra gente. Los gauchos tucumanos cargaron sobre el enemigo lanzando los alaridos con que solían animarse en las circunstancias alegres o difíciles. Con el cabo de los rebenques, hacían sonar estrepitosamente los guardamontes. Es fácil imaginar que una arremetida de esas características, a cargo de quienes, además, eran temerarios jinetes, suscitó un escalofrío en la caballería española. Le daba también un fondo criollo el viento furibundo que soplaba sobre el campo y que mezclaba las langostas con el tierral. Fue criolla la inteligencia con que obró el mayor general Eustaquio Díaz Vélez en los momentos finales: desconectado de Belgrano y teniendo en su poder la artillería enemiga, así como medio millar de prisioneros, resolvió parapetarse en la ciudad, que estaba fortificada. Eso desanimó a Tristán.
Fue criolla también, por fin, la manera en que los vecinos se confiaron en la Providencia, a través de la Virgen de la Merced, una de sus devociones más antiguas y populares. Le rezaban desde hacía siglos, los 24 de septiembre, y confiaron en que en esa jornada, la Redentora de Cautivos no los iba de defraudar.
Desde entonces, y hasta ahora, cada nuevo aniversario el pueblo se apiña en la plaza Belgrano, justo en el lugar que en 1812 tocaba la punta del ejército patriota desplegado. Desde allí, la multitud acompaña a la Virgen Generala, en procesión, hasta la iglesia.

Fuente: Copyright Nueva, 1991.
Redactado por Carlos Páez de la Torre (h)
(*) Número de años adaptado a la fecha actual