Editorial 89

Escuela: devaluada a una instancia burocrática

Nadie puede abordar el tema escuela sin zambullirse en una variedad de problemáticas tan amplia como los campos mismos del saber. Si alguien intentara circunscribirlos a los contenidos y al proceso de enseñanza (lo pedagógico), al desarrollo de los niños (lo biopsíquico), o a su situación relacional entre pares y con sus familias (lo social), cada uno de estos campos –muy relacionados entre sí- darían pie a analizar y escribir miles de páginas.

No obstante, esforzándonos por aludir a la violencia que puede observarse en los establecimientos públicos, por hechos que hace un tiempo adquirieron estado público –incluso uno de nuestra Ciudad, que tuvo alcance nacional, en donde hubo un enfrentamiento entre alumnos a la salida de la escuela Docencia Tucumana–, consideramos oportunas estas líneas.
Nadie puede negar que desde hace varios años se viene produciendo un quiebre entre educadores y alumnos, en muchos casos producido por el miedo que los padres o tutores de alumnos infunden a los docentes por amenazas. Tampoco nadie puede negar que la educación básica, antes que en la escuela, comienza en casa y que depende exclusivamente de los padres (o su entorno familiar). Ya al jardín de infantes debieran llegar imbuidos de valores tales como respeto, obediencia, solidaridad y compañerismo (y tal vez otros muchos que estas líneas, por breves, no permiten detallar).
Lamentablemente, no sucede así. Para muchos papás la escuela se convirtió en guardería de sus hijos o en la instancia burocrática que permite obtener un certificado escolar que avale un plan. Hoy, pareciera que no importa qué notas obtenga el niño, pero sí que tengan los beneficios de un Plan Nutricional, o del otorgamiento de bibliografía gratuita.
Lo comprueba, que la mayoría de los padres no monitorean el estado del cursado de sus hijos. En cambio, si saca una nota baja, es común que al día siguiente el padre busque al maestro para reclamar, incluso, bajo amenazas. Parece más fácil culpar a otro antes que “ocuparse” por el aprendizaje de sus niños.
Si a este cuadro se suma que los educadores no van más allá del cumplimiento del deber, (por temor a la denuncia de esos padres, al conflicto, al sumario), se llega a creer –lamentablemente sin miedo a caer en error– que la escuela está perdiendo su capacidad de educadora y contenedora.
A estas alturas, a la escuela hay que reubicarla como baluarte del porvenir. ¿Acaso no es el conocimiento uno de los aspectos sobre los que se sustente la riqueza de una nación? Y creemos que en la tarea de evitar su devaluación, el Estado debe estar acompañado con una sociedad comprometida.