Historias para Pensar 109

El órgano que mejor habla es el corazón


En la Clínica de un famoso cirujano Cardiólogo, entra la secretaria al consultorio de este y le anuncia que un viejito, muy pobre, deseaba consultarle, recomendado por un medico del hospital público.

El médico le dice que lo atenderá una vez que haya atendido a todos los pacientes con órdenes médicas.

Después de dos horas de espera, el médico recibe al anciano y éste le explica la razón de su visita:

-El médico del hospital público me ha enviado a usted porque únicamente un médico de su prestigio podría solucionar mi problema cardíaco y en su clínica poseen equipos suficientes como para llevar a cabo esta operación.

El médico ve los estudios y coincide con el colega del hospital. Le pregunta al viejito con qué Obra Social se haría operar. Este le contesta

-Ahí está el problema, doctor. Yo no tengo obra social y tampoco dinero. Como verá, soy muy pobre y para peor, sin familia. Lo que le pido, sé que es mucho, pero talvez entre sus colegas y usted puedan ayudarme.

El médico no lo dejó terminar la frase. Estaba indignado con su colega del hospital. Lo envió de regreso con una nota explicándole que su clínica era Privada y de mucho prestigio, por lo tanto no podía acceder a su pedido. Además, que él había estudiado y trabajado duro estos años para instalar su clínica y ganar el prestigio y los bienes que tenía.

Cuando el anciano se retiró. El médico se percató que éste había olvidado una carpeta con unas poesías y una frase suelta que le llamó mucho la atención. La frase decía “El órgano que mejor habla es el corazón” y firmaba Jean Marcel. Esta frase le gustó mucho al médico, pero lo que más le gustó fue el nombre del autor de la frase, Jean Marcel.

Le hacía recordar a su niñez y juventud, pues, en la primaria, la maestra les leía sus hermosos cuentos infantiles. En la secundaria, la profesora de Literatura les enseñaba bellísimas poesías y fue con una de ellas que, al dedicarle a una de sus compañeras, se enamoró y esta fue su primera novia. ¡Como olvidar todo eso, si fue parte de lo mejor de su infancia!

A la semana siguiente, al finalizar la jornada, la secretaria entró al consultorio con el periódico vespertino y compungida le dijo al médico:

-¿Se enteró, doctor? Hoy encontraron muerto a Jean Marcel en un banco de la plaza, tenía 88 años el pobre.

El médico suspiro de pena y contesto:

-Hombres como él no deberían morir nunca; que Dios lo tenga en Paz. Me hubiera gustado conocerlo.

-Pero, ¡cómo! ¿No lo recuerda? -y mostrándole la fotografía del periódico le dice: Era el pobre viejito que vino la semana pasada a consultarle. Era un conocido escritor, solitario y bohemio. No tenía parientes y…”

El médico no la dejó terminar. Le pidió que se retire y sentándose con los brazos cruzados en el escritorio, lloró. Lloró como nunca lo había hecho, como el niño que llevaba escondido en su alma.

Largo tiempo estuvo en el silencio de su consultorio. Luego, mientras secaba las lágrimas de su escritorio, sacó delicadamente la imagen de Cristo que estaba debajo del vidrio y, después de besarla, la guardó en un cajón, mientras decía: “Perdón Señor, no soy digno de ti, no soy digno de que me mires. Todo lo que tengo te lo debo. Me enviaste a un pobre y me habló con la voz del corazón. Yo lo escuche con el oído del egoísmo... mi vergüenza es grande… Perdóname Señor”.

Con el correr de los años, la “Clínica Jean Marcel”, como se denomina desde entonces, se hizo muy famosa. El médico habilitó un sector para la atención de los pacientes sin órdenes médicas y él personalmente practica las operaciones.

¿Cuántas veces nos habrá pasado lo mismo a nosotros? Nos han hablado con la voz del corazón y no hemos oído, hemos sido egoístas con nuestros hermanos. Ojalá que cuando nos suceda, sepamos responder y, si no, que podamos enmendar nuestro error con una acción mejor.


Autor: Desconocido

Fuente: Internet.



¿Quién muere?


Muere lentamente quien se transforma en esclavo del hábito, repitiendo todos los días los mismos trayectos, quien no cambia de marca, no arriesga vestir un color nuevo y no le habla a quien no conoce.

Muere lentamente quien hace de la televisión su gurú.

Muere lentamente quien evita una pasión, quien prefiere el negro sobre blanco y los puntos sobre las “íes” a un remolino de emociones, justamente las que rescatan el brillo de los ojos, sonrisas de los bostezos, corazones a los tropiezos y sentimientos.

Muere lentamente quien no voltea la mesa cuando está infeliz en el trabajo, quien no arriesga lo cierto por lo incierto para ir detrás de un sueño, quien no se permite por lo menos una vez en la vida, huir de los consejos sensatos.

Muere lentamente quien no viaja, quien no lee, quien no oye música, quien no encuentra gracia en sí mismo. Muere lentamente quien destruye su amor propio, quien no se deja ayudar. Muere lentamente, quien pasa los días quejándose de su mala suerte o de la lluvia incesante.

Muere lentamente, quien abandona un proyecto antes de iniciarlo, no preguntando de un asunto que desconoce o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.

Evitemos la muerte en suaves cuotas, recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor que el simple hecho de respirar.

Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos una espléndida felicidad.


Autora: Martha Medeiros (escritora brasilera), aunque en Internet circula el mismo poema

atribuyéndosele su autoría a Pablo Neruda. La misma “Fundación Pablo Neruda” (www.fundacionneruda.org) publicó un comunicado donde aclara que

“¿Quien muere?” no pertenece al escritor chileno.

Colaboración: Eduardo J. Iglesias