Opinión: La Piscina

La piscina

La maleza y el basural ocultaban las formas turquesas y lapislázuli de una irregular construcción que denunciaba existencia como queriendo gritar ¡aquí estoy! La intriga me llevó a adentrarme sobre el terreno irregular y mi audacia tuvo su premio al aparecer ante mis ojos una piscina derruida y
abandonada. Su presencia, luego me lo contó la gente de la zona, mostraba restos de lo que había sido una casa quinta o residencia de descanso de una familia del centro que vio en Las Talitas la tierra elegida para su cometido. Los restos, a pesar del tiempo de abandono, no podían ocultar la excelencia y el buen gusto de una época dorada, no muy lejana, en donde el hacer de esas cosas, solamente se las concebía si las asistía “el arte del buen construir”. Las cosas se las hacía bien y lindas, no había otra forma de realizarlas, ya que el espíritu del que participaba en la obra era compensado con el orgullo de haber hecho las cosas “como Dios manda”.
Pasaron cuarenta o quizás cincuenta años y aquella época dorada de excelencia abandonó las tierras de Las Talitas. El “déjalo así nomá” es el común denominador de cualquier emprendimiento constructivo. Solo basta recorrer los barrios que componen este municipio para ver obras sucias e inconclusas, en su generalidad, sin respetar las normas del buen arte y el buen gusto. Calles anegadas, producto de pérdidas de líquidos que llevan ya años, adornadas con basurales y malezas que denotan desidia y desinterés en el vivir dignificante.
El tiempo pasa y la costumbre del espectáculo vulgar nos hace mediocres y elementales, al punto que confundimos lo bueno de lo malo y lo lindo de lo feo. Hace falta que nos demos una vuelta por la vieja piscina, cerca de la cancha de los gastronómicos, para que su encanto nos ilumine y nos obligue a reconocer que el esplendor y la grandeza son virtudes que muchas veces la naturaleza nos la presta gratuitamente. No dejemos de aprovechar esa oportunidad, una visita de unos minutos nos abrirá los ojos y nos permitirá elevarnos unos centímetros de la mediocridad y del conformismo corrosivo de estos tiempo.
Carlos R. Neme