Historias para Pensar 110

Fantasmita volvedor


Yo era un adicto al Chat.

Frecuentaba salas públicas del estilo de “Conociendo Gente” o “Amigos para Siempre”, esas donde uno se inventa un seudónimo o “nick”, e intercambia frases triviales (“de dónde eres”, “cómo te llamas”, “a qué te dedicas”, “fue un gusto conocerte”), que te hacen sentir remota e ilusoriamente acompañado.

Así pasaba horas enteras frente a la pantalla de mi PC fatigando un teclado, “hablando con los dedos y oyendo con los ojos” (como dice uno de esos insufribles poetas internáuticos o “internéticos” de hoy). El jugar a comunicarme con personas que nunca veía me rescataba de la soledad.

Hasta que un día apareció ELLA.

Su nick era “Demasiado Bella”, pero más allá de ese apelativo presuntuoso y poco fiable, lo que me enamoró fue la inquietante armonía de su rostro virtual, concebido a medias entre el dulzor de sus palabras y la sal de mi imaginación.

Ella también se enamoró (o al menos eso decía) del rostro que surgía de mis palabras, y acordamos minimizar el aspecto físico y que, para preservar el misterio, no nos veríamos los rostros hasta el día en que nos encontráramos personalmente.

Nada de fotos ni camaritas por MSN, los ojos eran solo para leernos, y para vernos nos bastaban los ojos del alma.

Éramos felices cortejándonos a través de un monitor, por lo menos yo conocí una felicidad que no había experimentado nunca en la vida.

Pero todo proceso es indetenible, y llegó el día en que debíamos conocernos real y desnudamente, mirarnos cara a cara, pasar por el filtro inevitable del examen físico-estético.

Cuando la vi, comprobé que su nick no solo le hacía justicia, sino que se quedaba corto porque su belleza era interminable, y al amor espiritual que le tenía se sumó el placer físico que la contemplación de su hermosura me brindaba.

Ella pasó la prueba de los ojos, cuando la vi terminé de quererla; pero yo no la pasé. Nunca fui muy agraciado físicamente, ella lo notó y su amor (¿era amor?) se marchitó al primer soplo de su decepción. (Esto nunca me lo dijo, quizás para no herirme, pero lo deduje a fuerza de insomnes y desveladas reflexiones)

Poco a poco, disimuladamente, me fue dejando hasta restituirme a mi antigua soledad.

Se fue sin un adiós, sin una explicación, simplemente se desconectó, se ausentó por tiempo indeterminado, dejándome sumido en el doloroso mar de la confusión y el desconcierto.

Es increíble cómo el amor desencontrado puede llevar a un hombre a andar por cornisas inesperadas y por el borde de los abismos más peligrosos.

El asunto es que me quebré y me fui derrumbando…

Derrumbando… derrumbando…

Y me maté…

Literalmente me borré…

…………………………………….

Pero un día volví, mejor dicho, mi espíritu volvió bajo la desvaída forma de un fantasma, y desde entonces la busco sin descanso por las salas del mundo sin poder encontrarla.

Quizás ya no chatea más, tal vez cambió de nick, acaso no desea ser hallada; hasta es posible que haya estado frente a mí y fingido no conocerme. Sea como fuere, es urgente para mí dar con ella.

Tengo que expresarle lo mucho que la quise y que aun la quiero, incluso desde esta inefable levedad del mundo del espíritu; y que la hubiese querido aun cuando no fuera bella, porque yo sí sabía mirar con los ojos del alma.

Necesito decirle todo eso, es preciso que lo sepa. Solo entonces podré descansar en paz y quizás hasta ser feliz en el reino oscuro acompañado de su recuerdo luminoso.

Mientras tanto, debo seguir buscándola, una y otra vez, en una y otra sala, uno y otro día, una y otra vez, en una y otra sala, uno y otro día, una y otra vez, en una y otra sala, uno y otro día...


Autor: Ricardo J. M. Montaner, un tucumano que pide no ser confundido con un cantante melódico, que se define más como un “contante melancólico”.