Compradores materialistas

Desde hace muchos años venimos viendo nuestra evolución en innovaciones en la ciencia y la tecnología. Porque desde tiempos remotos, hemos buscado la manera de hacer más cosas, con menos esfuerzo y en un tiempo más corto. Para ello, hemos utilizado nuestra imaginación e inteligencia en la invención o creación de herramientas, máquinas y otros instrumentos que nos ayudan a resolver problemas de la vida diaria; estos objetos nos facilitan el trabajo y dan respuesta a nuestras necesidades básicas de salud, alimentación, descanso y otras de nuestra familia. Pero no todo lo que compramos es necesario para nuestro bienestar o comodidad.

Estamos viviendo en un tiempo donde se nos “vende” la “comodidad suprema” a través de mensajes sutiles, pero efectivos. Demostrado está que ya no solo nos vestimos para cubrir nuestra desnudez o abrigarnos, sino para marcar “estilo” o para parecernos o ser mejor que alguien más. 

¿Será éste el punto final de la evolución intelectual moderna? Porque con groseras imitaciones de lo natural, de nuestras más simples acciones cotidianas, el sistema capitalista, esgrime sofismas. Todo esto con la finalidad de justificar el supuesto cambio de época en que nos encontramos, pretendiendo que restemos importancia a los recursos naturales. Así, el sistema nos impulsa al consumo incoherente e impulsivo; nos han convertido en consumidores materialistas y despilfarradores; en simples números obedientes a los mensajes de “compra esto, lo necesitas”. 

Nos venden “magia” para que nos esforcemos menos o para que seamos “felices”: Como si todas estas cosas pudieran llenarnos de amor, amistad, felicidad y convertirnos en mejores personas.

Parece que la ciencia, la tecnología y la comodidad de un hogar, queda mezcladas con trivialidades que nos manipulan a comprar. Además, muchas veces nos quedan obsoletas porque inmediatamente aparecen otras “mejores” (obsolescencia programada). De este modo siempre nos sentimos inconformes por no alcanzar nuestro ideal de “status”. 

Entonces, lo ideal sería ser conscientes y responsables a la hora de las compras. Por ejemplo, preguntarnos: ¿lo necesito? ¿Es recomendable comprar más comida de lo que consumo habitualmente? ¿Es un verdadero ahorro invertir ahora en unos pantalones que no me hacen falta? ¿Realmente necesito un nuevo celular cuando el que tengo funciona perfectamente? Y también analizar aquello que en realidad nos aporta felicidad y al final de este nutritivo análisis, lo más probable es que terminemos por darnos cuenta que nuestro rol social poco tiene que ver con lo que consumimos, que pasamos la mayor parte de nuestra vida trabajando para poder comprar cosas que ni siquiera queremos y, sobretodo, que la felicidad, por naturaleza, no tiene precio.