Editorial del n° 146

1.– Cultura de la práctica política

Sin ser exhaustivos ni taxativos, creemos que previo al acto de votar a un candidato, un ciudadano responsable debe evaluarlo y valorarlo conociendo sus antecedentes, su ideología, si su modo de vida es coherente o no con su ideología, el grado de compromiso con su propia palabra y su vocación de servicio o no. Si se trata de un candidato que pretende ser re-reelecto una tercera vez, además, habrá que analizar si muestra apertura o no al diálogo, si es flexible o no a la participación de la comunidad en la toma de decisiones y, fundamentalmente, conocer sus acciones. Si a los hombres se los conoce por sus actos, 7 años y medio son más que suficientes para conocer a un hombre que tiene responsabilidades públicas.
Sucede que así como los políticos se han culturizado en su metiere conociendo las ventajas de dosificar los anuncios y las obras públicas según los tiempos electorales (por ejemplo ellos “inician las obras de mayor impacto social” en tiempos cercanos a las elecciones), de igual forma la gente también se ha culturizado y aprovecha para realizar las “mayores” demandas para ese tiempo. La cultura política y democrática del ciudadano medio hoy no es la misma que en 1983; no en balde vamos a cumplir 27 años ininterrumpidos de Democracia en la Argentina, el período democrático más extenso de nuestra historia. Entonces, ¿quién puede negar que el pueblo analice con lupa a quien quiere ser electo otra vez (la tercera)? ¿Quién puede negar que una denuncia con pruebas no es un buen elemento para conocer pormenorizadamente a nuestros candidatos en tiempo preelectoral? Sería como la posibilidad de “impugnación” que tiene el pueblo y que la ley lo otorga como derecho a candidatos a jueces, a docentes en concurso, etc. Hoy, la gente sabe que el momento más atinado para exigir que se atiendan sus reclamos es en vísperas de elecciones.
¿Se imagina, amigo lector, a un empleado denunciar que gana $ 550 en, por ejemplo, agosto de 2009? No hubiera sido sólo la quita del ítem de horas extras, tal como ocurrió ahora, si no que lo más probable es que lo único que hubiera pasado haya sido su cesantía y nadie se hubiera enterado. La denuncia presentada por Juan Abelardo Luna y Bartolo Reláñez no fue “una denuncia de carácter electoral” -como dice el oficialismo peyorativamente y desdeñándola-, sino una justa demanda. Lo que pasa es que fue hecha en un tiempo en el que “el cuero” de los políticos se sensibiliza: tiempo de elecciones. Es lógico: cualquiera se pone nervioso cuando lo someten a juicio, porque nadie puede negar que el que aspira a la reelección, su gestión es puesta a evaluación, sometida al juicio ciudadano del qué hizo, cómo, dónde y para quién lo hizo.
Esos nervios de nuestros funcionarios municipales son los únicos que pueden justificar los enclenques argumentos que dieron ante las denuncias de empleo en negro: dijeron, entre otras cosas, “no están en negro”, “son sólo 54”, “la Municipalidad no tiene fondos para pasarlos a planta permanente”, “esos planes (suma fija) son una herencia de Jorge Selis”. Lo concreto es que oír esos argumentos fue como haber oído confesar: “sé que tengo ‘empleados’ que ganan $ 550, pero no me importa”, o “son poquitos, no es tan grave”, o “la plata que tengo la invierto en obras, que me dan más votos”, o “la culpa es de otro, ¿por qué tengo que solucionarlo yo?”
Encima, para disgusto de nuestros funcionarios, se trató de una denuncia como corresponde: nombre, apellido y pruebas. No fue un panfleto ni un libelo hecho por algún cobarde que acostumbra a ‘tirar la piedra y esconder la mano’ desde el anonimato. Fue una denuncia que para la administración Morghenstein, en febrero, pesó más que los cientos de metros cúbicos de hormigón invertidos en obras, aquellos mismos metros cúbicos que serán su caballito de batalla para estas próximas elecciones.


2.- Agresión

El pasado viernes 17 de febrero como editora responsable de revista El Puente, fui a cubrir una de las usuales visitas de la Dra. Stella Maris Córdoba a la fundación Madre Teresa de Calcuta, calle 17 nº 162. Concluyendo la misma hubo una gran movida de varias personas hacia esquina 6 y 17, porque alguien había advertido que “estaban rompiendo pasacalles”. Apersonada en el lugar constaté que se trataba de un grupo aproximado a 20 personas entre hombres y mujeres que se desplazaban en dos vehículos y que estaban abocados a cortar un pasacalle opositor al gobierno de Morghenstein. Luego de haber tomado fotografías del episodio fui increpada de manera vehemente, insultada y amenazada (por voces masculinas y femeninas de personas que no conozco): “No saqués fotos, hija de p...”, “Yo te conozco, ¿lo querés publicar en ‘El Puente’, esa revista de mierda?”, “Cuidate que yo sé dónde vivís”, entre otras cosas.
Guardé la cámara en mi bolso y opté por no retirarme del lugar, por temor a que me persigan. Ya era tarde, como las 12 y media de la noche. Se me acercó un hombre de unos 35 años, rapado, a quien los testigos de los hechos que relato en estas líneas me advirtieron que lo conocen como “Verón”. Él con tres hombres más me ordenó: “Borrá esas fotos o dame la cámara”. Alcancé a preguntarle “¿Para quién trabajás vos?” a lo que él, desafiante, dijo “A mí me molesta que me saqués fotos”. Luego, comenzó a tirar del pasacalles que ya estaba bajo y consiguió cortarlo, no sin antes casi provocar la caída de un motociclista que providencialmente logró zafarse del alambre que rozó su casco.
Creo que si no hubiera pasado la Policía en ese momento, aquel grupo encargado de realizar pintadas oficialistas me hubiera quitado la cámara por la fuerza. Otros testigos, que también realizaron la denuncia policial del incidente, afirman haber visto armas de fuego en una de las camionetas.
Gracias a Dios no pasó nada más que eso. Aunque eso ya sea grave para el sistema democrático en el que vivimos, porque creo que al innegable derecho de la prensa a la libre expresión y la no censura va imbricado el correlativo derecho del ciudadano a conocer la información que difunde la prensa.
Lo cuento para que la gente sepa qué cosas pasan en Las Talitas y cuáles son los riesgos que corre alguien que trabaja con mucha vocación; para que sepa que abundan los alcahuetes que no saben que sí se puede ser un caballero de la acción política; y, también, para que se entere nuestro Intendente, que creo que desconoce de estas cosas que hacen personas que trabajan para su campaña, porque él sí está en condiciones de ordenarles que trabajen con códigos, con respeto y sin afectar la libertad de prensa ni de pensamiento. Lo cuento, principalmente, porque falta mucho para las elecciones y no quiero que nuestra comunidad deba lamentar ningún hecho de violencia.

Sarah Ledezma (Coeditora responsable).-