Historias para Pensar 128

El amor y el taxista

El otro día, en Nueva York, cogí un taxi con un amigo. Cuando nos bajamos, mi amigo le dijo al taxista:
-Le agradezco el viaje. Es usted un conductor estupendo.
Durante un segundo, el hombre se quedó atónito. Después reaccionó:
-Oiga, ¿me está tomando el pelo o qué?
-Nada de eso, amigo mío, no tengo intención de molestarlo. Admiro la tranquilidad con que se mueve en medio de semejante tránsito.
-Ah -farfulló el conductor, y siguió su recorrido.
-¿A qué venía eso? -pregunté.
-Estoy tratando de restaurar el amor en Nueva York -me respondió mi
amigo-. Creo que es lo único capaz de recuperar la ciudad.
-¿Cómo es posible que un solo hombre salve Nueva York?
-No es cuestión de un solo hombre. Creo que a ese taxista le he cambiado el día. Suponte que haga veinte viajes. Pues será amable con esos veinte pasajeros porque alguien fue amable con él. Ellos, a su vez, serán más cordiales con sus empleados, servidores o colaboradores, e incluso con sus respectivas familias. En última instancia, la buena disposición podría extenderse a un millar de personas por lo menos. No está mal, ¿no te parece?
-Pero tú confías en que ese taxista transmita tu buena disposición a los demás.
-No estoy confiando en nada -respondió mi amigo-. Me doy cuenta de que el sistema no es totalmente seguro. Hoy puedo encontrarme con diez personas muy diferentes, si de entre esos diez puedo hacer felices a tres, finalmente podré influir en forma indirecta sobre las actitudes de tres mil más.
-Teóricamente suena bien -admití-, pero no estoy seguro de que en la práctica funcione.
-Si no funciona no se pierde nada. No perdí ni un minuto en decirle a ese hombre que estaba haciendo muy bien su trabajo. Ni le di una propina mayor ni una más pequeña. Y si mis palabras cayeron en oídos sordos, ¿qué importa? Mañana habrá algún otro taxista a quien pueda tratar de hacer feliz.
-Oye, tú estás un poco chiflado -señalé.
-Tus palabras demuestran lo cínico que te has vuelto. Este asunto lo tengo estudiado. Lo que al parecer les falta a nuestros empleados de correos, aparte de dinero, por cierto, es que nadie les dice lo bien que están haciendo su trabajo.
-Pero si no están haciendo bien su trabajo.
-Si no están haciendo bien su trabajo es porque sienten que a nadie le importa cómo lo hacen. ¿Por qué no decirles una palabra que les anime? En ese momento pasábamos junto a un edificio en construcción, donde cinco obreros estaban almorzando. Mi amigo se detuvo.
-Qué trabajo estupendo habéis hecho -señaló-. Debe de ser algo muy difícil y peligroso.
Los hombres lo miraron con desconfianza.
-¿Cuándo estará terminado?
-En junio -gruñó uno de ellos.
-Ah. Pues realmente, es impresionante. Debéis de estar muy orgullosos.
Seguimos caminando y yo le señalé:
-No he visto a nadie como tú desde que leí el Quijote.
-Cuando esos hombres asimilen mis palabras se sentirán más felices y, de alguna manera, su felicidad será un beneficio para la ciudad.
-Pero, ¡esa no es una tarea para que la hagas tú solo! -protesté yo-. Al fin y al cabo, no eres más que un hombre.
-Lo más importante es no descorazonarse. Intentar que la gente de la ciudad vuelva a ser feliz no es tarea fácil, pero si puedo enrolar a más gente en mi campaña...
-Acabas de guiñarle el ojo a una mujer feísima -le señalé.
-Ya lo sé -me respondió-. Piensa que si es maestra de escuela hoy sus alumnos tendrán un día fantástico.

Autor: Art Buchwald.
Fuente: Libro “Sopa de pollo para el alma”, de Jack Canfield